lunes, 13 de junio de 2011

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La noche llegaba a su fin. Observó melancólicamente como los primeros rayos del sol los comenzaban a acechar.  Se levantó desperezándose, intentando alejar de sí al centro de su dolor habitual y mientras buscaba débilmente su ropa, se volteó a su derecha sin poder evitar una sonrisa al verlo dormir de forma tan profunda y despreocupada, con un brazo bajo su mejilla y con la boca algo entreabierta, que dejaba escapar débiles ronquidos. Parecía tan inocente, soñando mientras el sol de la mañana azotaba su espalda recubierta de algún que otro lunar. El cabello rubio ceniza cubría casi la totalidad de su rostro, ocultando sus ojos adornados de unas peculiares ojeras.  Suspiró, ya agotada, y se dispuso a encontrar sus pertenencias e huir lo más sigilosamente posible. Es que despertarlo conllevaría a la inevitable rutina de las mañanas que ella odiaba. Aquél beso dulce a modo de desayuno, intercambiando el aliento a la cerveza de la noche anterior, y con aquél beso retornaría nuevamente aquél sentimiento culposo seguido de una mirada de autocompasión insoportable.
Encontró su remera de Los Redondos debajo de la cama y procedió a colocarse las calzas, pero perdió el equilibrio debido a su normal torpeza matinal y cayó sentada en la cama, seguida de algún que otro improperio. Se agachó buscando su pollera cuándo un brazo no muy grande ni muy flaco la tomó de la cintura y la arrastró hacia el lado izquierdo de la cama.
-        ¿Y vos a dónde vas?- preguntó con voz ronca. Sus ojos entreabiertos y cubiertos de lagañas intentaron visualizarla con claridad.
-        Disculpa, no te quería despertar. Me tengo que ir.
-        Ya veo, te pregunté adonde- contestó con malhumor
-        A almorzar con mi vieja, le dije que llegaba temprano.
-        ¿Almorzar? Son las 7 de la mañana, ni yo como a esta hora.
-        Almorzar, desayunar, es lo mismo Joaco, es comer y estoy llegando tarde- contestó con hastío. Los dos a la mañana eran insoportables. Joaquín se incorporó en la cama refregándose los ojos e intentando acomodarse una vieja remera de los Looney Toones, que evidentemente le quedaba chica. Luego procedió a observar como Maite intentaba colocarse con poca paciencia su collar. Ella nunca salía sin él desde que la conoció.
- ¿Te ayudo?- le preguntó con una sonrisa burlona, al verla no poder concluir con éxito un propósito tan idiota. Ella se sentó enfrente de él, sintió el tacto de su aliento en la nuca mientras enganchaba la cadena, que colgada llevaba una pequeña medialuna de madera.
- ¿No querés que te acompañe?
- No tonto, deja. No pasa nada, me tomo el de siempre. – le contestó ella endulzando la voz para intentar tranquilizarlo.- Lo único que te voy a sacar unas monedas de la mesita de luz. El asintió y luego de un pequeño beso la vio partir por la puerta de entrada.


                                                         (...)

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